Es la visión de la herencia romántica del paisaje, la mirada que Schelling tenía de la naturaleza, en términos estéticos, como fuerza imaginaria del mundo que puede provocar el reencuentro de un alemán de esa ineludible tradición –que parió al propio Beuys- con un territorio y unas gentes que siempre fueron producto de la citada filosofía que tanto admiró Rosalía de Castro y que seguramente seduciría al Hölderlin -por cierto una referencia en el renacer poético de la mirada nórdica de Galicia frente al mediterraneismo cultural español- que tanto admiraron los gallegos.

Detlef Kappeler afronta su visión de la naturaleza de la Costa da Morte, como algo vivo y desde esta posición lanza sus gritos y clamores, retratando simbólicamente la etnografía humana y la escenografía imaginada de sus problemas, que son los problemas de todos y de cualquier parte. En este sentido aquella geografía, que él ha asumido como propia, con la que se siente solidario, se ha convertido en el espacio de la mirada, el territorio mental y físico que el crítico y poeta francés Bernard Noël describía como el único visible. Y lo visible –decía el francés- es nuestra lectura del mundo. En estos términos la lectura se hace carne radiografiando la fuerza reveladora del paisaje y su  voluntad humana, los espacios del día o de la noche, los rincones inéditos de una naturaleza presentida en el espíritu o las olas de un mar, con los ojos envueltos en lágrimas, cuya atmósfera sólo es un hilo simbólico del drama y del naufragio…El país acribillado por la catástrofe en el sentimiento visceral del fuego que ha destrozado parte del ecosistema gallego en aquella costa –y que Detlef Kappeler ha vivido como algo propio este verano- o el rechazo de la Guerra como un gran collage a distancia, las desidencias de la vida, la solidaridad que genera el no sentirse sólo o la necesidad de vivir en el espacio, como dicen algunos de sus títulos.
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